(2011) Plan B

Recupero este texto que escribí para un congreso organizado por la Universitat de València y que fue leído por Josep Lluís Sirera. Las actas completas estan publicadas por la editorial Episkenion.

PLAN B

«Hablar de teatro nada más que lo pueden hacer los sinvergüenzas,
un hombre no puede hablar de teatro, un hombre vive el teatro,
yo no hablo de la vida, yo vivo».
Paco de La Zaranda

Patrice Pavis, cuyo principal oficio es hablar de teatro, puso las manos sobre su bola de cristal a finales del siglo pasado y, como un Nostradamus teatral, predijo la llegada de un nuevo teatro en el siglo XXI. Su augurio fue que vendría al mundo un teatro pobre en recursos escénicos, aunque rico en textualidad y palabras; su pobreza se extendería igualmente al número de espectadores e imagino que también a los sueldos de los creadores. Cada cual podrá escribir su texto, anunciaba Pavis, cotejarlo con un pequeño grupo de actores y ensayar variantes antes de representarlo ante unas pocas amistades. Cada uno hará su texto, como en otro tiempo hacía su pan, y lo ofrecerá al otro para que lo deguste, lo aprecie, lo critique, lo mejore. Se representará una o dos veces durante el fin de semana y… se acabó.

Y se acabó… Si este es el futuro del teatro, sinceramente, prefiero dedicarme a aprender a hacer pan que, muy pronto, será casi una aptitud tan necesaria como fundamental. De hecho, conozco ya a cuatro personas, no es broma, que me han dicho que piensan abrir un horno de panes artesanos, cada uno el suyo…

Pavis vaticinó más cosas, entre otras que la tiranía del director llegaría a su fin y que nacería un teatro de actor, y que este podría acabar siendo autor-actor, y que… En fin, ahora que releo sus palabras con distancia, en realidad, Pavis no hablaba del futuro del teatro mundial, ni tan siquiera del francés del que partía en su análisis, sino del teatro valenciano. Del presente del teatro valenciano hace años…

¿No es una de las características de la llamada nueva dramaturgia valenciana – o como la quieran llamar ahora – que sus dramaturgos son también actores y directores? ¿No da la impresión muchas veces de que las obras se muestran en algunos teatros para unas pocas amistades y… se acabó? ¿No es cierto que algunos montajes están en cartel poco más de un fin de semana y… se acabó? Si Pavis tenía razón con eso de que el teatro del futuro sería así, podemos estar orgullosos: Valencia es, una vez, más pionera en algo: en teatro. Estamos a la vanguardia mundial e interplanetaria, como seguramente creería aquel otro visionario que padecimos, y aún padecemos, como presidente…

Sin embargo, tengo esperanza, esta situación podría ser todavía reversible. Más allá de las quejas que, cada cierto tiempo, podamos realizar a las instituciones, debemos elaborar un plan B. Juntos o por separado, pero nos convendría ir pensando en un plan B.

Si queremos evitar que nuestro teatro, el que todavía no hemos hecho, pase de ser pobre a ser definitivamente indigente y desamparado. Indigente en producción y cada vez más desamparado en cuanto a público. Como creadores, puede que sea el momento para iniciar un diálogo creativo prácticamente inexistente hoy. Un diálogo creativo no es sentarnos a charlar sobre lo mal que nos tratan las instituciones, sino más bien levantarnos y ponernos a crear.

Nos repiten que la crisis es un tiempo de oportunidades, sabemos ya que sólo para algunos pocos. Sin embargo, aceptemos sin resignación aquello de hacer de la necesidad una virtud. Sin perder la dignidad, considerando la grave situación actual como algo provisional y transitorio de donde tenemos que salir nosotros con vida sin esperar que nadie nos salve. Las instituciones ya nos dieron la espalda hace tiempo con las subvenciones, también nos pusieron la zancadilla multitud de veces negándonoslas. Hace tiempo que piensan que somos un teatro pobre al que dar limosnas, sin ni siquiera tener la caridad como criterio.

Así pues, los únicos que podrán ayudarnos realmente serán los espectadores, pero debemos saber cómo pedirles auxilio. Para ello, tendríamos que descubrir cómo llamar su atención para que pierdan un rato de su vida en salvarnos, convencerles de que salvándonos se salvan en parte ellos y que, en realidad, no es tiempo perdido. ¿Salvarnos de qué? Bueno, al menos seguir sobreviviendo…

En este sentido, Paco de La Zaranda lo tenía bien claro: «Me pregunto por qué hago teatro, y el público no debe parar de preguntarse por qué va al teatro.» No nos preguntemos sobre la función del teatro, sino por qué lo hacemos y consigamos con ello que el público no deje de preguntarse por qué viene a vernos, pero desde la curiosidad, no desde el arrepentimiento…

¿Por qué hago teatro? El 18 de enero de 1990, sobre las 20 horas, esperé por primera vez a que se apagarán las luces de la platea de un teatro para que se encendiesen otras, las del escenario. Tuve la suerte de tener una profesora de literatura catalana que nos invitaba a acompañarla al teatro de vez en cuando, sin obligarnos y fuera de horario lectivo. Gracias a ella, guardo mi primer recuerdo teatral, apenas una imagen: un extenso tejado sobre el que había un pesado cielo nublado; con ese cielo como fondo, casi como en un teatro de sombras, dos cuerpos: uno en movimiento, un hombre camina desorientado por la izquierda, y el otro estático, un piano en silencio a la derecha. Con el tiempo, esa imagen sigue proporcionándome sentidos: el piano callado es el teatro; la desorientación de aquel personaje en el tejado es la mía respecto al piano; el tejado que soporta el pesado el cielo nublado, nuestra realidad.

Aquella obra era El Viatge, una adaptación de una novela imprescindible de Vázquez Montalbán, El Pianista. Y mientras escribo esto hoy, más de veinte años después, me pregunto cómo pudo influir en mí aquella primera obra, cómo pudo afectar en mi concepción posterior sobre el teatro. Vázquez Montalbán proponía una reflexión sobre el conflicto interno del artista, su papel dentro de la sociedad y el reto moral de quien quiere ser consecuente con sus propias ideas. Tras esa iniciática experiencia teatral, algo en mi juventud asoció el teatro con la ética, la humildad, la honestidad, la responsabilidad y el amor por el trabajo creativo, aunque sea en las catacumbas del arte. Supongo que si hubiese descubierto el teatro con Fama el musical, mi concepción del teatro hoy sería muy diferente.

Quizás la primera obra de teatro que nos conmociona es la que marca nuestro deseo de dedicarnos al teatro y conseguir emularla y superarla algún día. Quizás por esta razón hago teatro. Pero hace tiempo que comprendí que este objetivo no se cumple a solas, en casa, ante un ordenador y las pantuflas puestas. El teatro no se escribe en un papel, sino en el escenario. Y para escribir ahí, hacen falta muchas mentes, muchas manos, ojos, orejas y voces…

Me gusta citar hasta la extenuación algo que dijo La Zaranda una vez: ellos no se veían como una compañía de teatro, más bien hacían teatro en compañía. Ese plan B del que hablaba más arriba, podría ir por ahí: ¿Montar una compañía de teatro o dedicarnos a hacer teatro en compañía?

Al final de De los condenados de Sergi Faustino, David Espinosa y Miguel Ángel Altet, en sus papeles de actores, se preguntaban por qué se dedicaban a esto del teatro. Espinosa decía: «Yo aquí lo que me llevo al final son las personas. A mí lo que me queda después de estar dos o tres meses aquí currando, montando toda esta película, es conocer a uno, dos o tres que se hacen tus colegas y que es gente que merece la pena y con los que vas a estar siempre ahí». Pues eso, mis experiencias recientes más satisfactorias en el teatro han sido aquellas donde a medida que cultivábamos el escenario con la puesta en escena, cultivábamos nuestra amistad. Hacíamos teatro en compañía. Pero el teatro en compañía puede ir más allá… ¿Por qué no transmitir este sentimiento a los mismos espectadores? Estar acompañados por los mismos espectadores desde la misma concepción de la obra. Y no me refiero a ese tipo de obras donde el espectador «participa» desde fuera, aunque queramos hacerle creer que lo hace desde dentro.

Hacía tiempo que no escribía teatro y la última dirección que me encargaron había sido un infierno bastante desagradable, entonces surgió la posibilidad de participar como dramaturgo y director en un proyecto fascinante: Zero Responsables. Cuando aquello se hizo realidad, comencé a pensar que otro tipo de teatro en compañía era posible. Con aquella obra inventamos un espectador inexistente hasta entonces, un espectador que estaba esperando años sentirse como tal. Un espectador que se sentía partícipe en todo momento de lo que hicimos y que nos devolvía la emoción que le habíamos proporcionado, al acabar la obra, con sus aplausos. Los que estuvimos allí, posiblemente no sentiremos algo parecido en años. A no ser que pongamos en marcha un plan B.

Las condiciones particulares de producción y exhibición dieron lugar a un formato diferente. No era ya ese tipo de espectáculos con aspiraciones comerciales donde un grupo de autores escriben una breve pieza alrededor de un mismo tema y se construye todo como una especie de collage. En ZR, hubo un montaje, en todo el sentido de la palabra. Para ello, fue fundamental la compañía de gente ajena al teatro, la compañía de las víctimas y de los familiares de uno de los accidentes de metro más graves de la historia. Escribimos y pusimos en escena un teatro para la sociedad valenciana partiendo de la misma sociedad valenciana. Para el público desde el mismo público. Y, sobre todo en el estreno, esa confusión entre escena y platea se evidenció de manera emocionante. Tuve entonces la certeza de que ese era el tipo de teatro que valía la pena experimentar y, ahora mismo, sigo pensando que es una de las posibles formas con las que salvar nuestro teatro y nuestro público.

Una experiencia ética, humilde, honesta y responsable que rezumaba amor por el teatro y, por qué no, por la vida. Un teatro que sin ser subvencionado tampoco buscaba la comercialidad fácil, y aún así, llenó todos los días. Un teatro que, sin perder la dignidad, hizo de la necesidad, una virtud. ¿Era un teatro político, comprometido o panfletario? Era teatro. Zero Responsables no era un sermón, ni lanzaba exhortaciones ideológicas, ni proponía soluciones. Era un teatro responsable. Y los que participamos en esta obra pudimos reflexionar y valorar las consecuencias de nuestros actos. Y desde esa responsabilidad, pienso que mejoramos el teatro valenciano. Podemos sentirnos orgullosos de aquello, pero no debería reducirse a un buen recuerdo. Como dice, de nuevo, Paco de la Zaranda: «en el teatro no hecho está el verdadero, todo teatro que se hace ya no es buen teatro, lo mejor es lo que quedó por hacer».

Y ese teatro que quedó por hacer es el dichoso plan B que deberíamos ir planeando entre todos para ponerlo en práctica cuanto antes. Una experiencia reciente es el del Teatre Íntim del Cabanyal, agitado por Francachela Teatre. Me encanta esa mezcla de la intimidad con lo social. En este caso, el público acompaña tanto a los creadores que les ofrecen hasta el mismo teatro, sus casas. Y es que el plan B es un teatro responsable, un teatro en compañía responsable. Hay que hablar con el espectador que nunca lo es, con la gente que nunca va al teatro. Son más que los que acostumbran a ir, ese es nuestro nuevo público. Ese es el que conseguirá que no acabemos escribiendo y montando obras solo para nosotros en un ejercicio inútil de endogamia que llevará a la tumba nuestro teatro. Podemos pensar más planes entre todos: un plan C, uno D… que sean como las vitaminas que le faltan al teatro valenciano para recuperarse de esa larga enfermedad que padece.

Plan B. Quizás yo pueda ahora mismo pensar en este tipo de planes un tanto idealistas. Me lo puedo permitir todavía, dentro de uno o dos meses igual ya no. Cuando tenga que pensar también en un plan B como guionista de la tele o como cualquier otra cosa. Tengo la suerte de estar aún en activo mientras muchos amigos guionistas van cayendo mes a mes, grandes guionistas. Al menos, pues, pensemos en este plan B aquellos que todavía podemos sobrevivir con otras cosas. Aunque estas cosas sean tan absorbentes y exigentes como para no poder estar hoy aquí, con todos vosotros. Y perderme las otras ponencias que seguro que son más interesantes que esta. Perderme el debate posterior junto a gente que tanto admiro y respeto como Paco, Jesús o Itziar.

Eso sí, es un lujo ser leído ahora mismo por quien lee estas humildes palabras, Josep Lluís Sirera. Y quiero acabar con un buen recuerdo que guardo de Josep Lluís. (Josep Lluís, léelo). Recuerdo que antes de ser becario y disfrutar de su compañía compartiendo despacho, le pasé una traducción de una obra de Koltès, inédita entonces al castellano y que había hecho con una buena amiga. Paco la recordará, la leímos en el puerto de Alicante, en una edición de la Muestra de Autores. Yo estaba entusiasmado y Josep Lluís me dijo algo así como: ¿todavía tienes ilusión? Me descolocó totalmente. Creo que le dije que sí. Al fin y al cabo, estaba empezando a conocer qué era eso del teatro en la vida real. Ni que decir tiene que esa traducción la guardo aún en un cajón y que alguien se nos adelantó… años después. Quizás por eso me preguntó aquello Josep Lluís, ya sabía el destino de esa traducción. Como también supo que yo no haría mi Tesis sobre teatro de calle, por mucha ilusión que le pusiese…

¿Todavía tengo ilusión? Quizás no tanta como entonces, aunque entonces mi ilusión era en gran parte ingenuidad. ¿Todavía tengo ingenuidad? Pues sí, cuando me tiren de lo de la tele, seguiré queriendo hacer realidad en el teatro parte del plan B del que os he hablado.

Quiero agradecer, pues, a Josep Lluís el haberme prestado hoy su voz, de la misma forma que lo ha hecho todos estos años. Un préstamo que poco tiene que ver con el que daban hace unos años los bancos. También quiero agradecerle haber confiado en mí, el tiempo que por aquí estuve, para poner en marcha parte de Stichomythia. Fue una experiencia apasionante. Y en el tiempo que estuve ya fuera, en haber vuelto a confiar en mí para Zero Responsables.

De todo aquello, queda la memoria. Al menos, la memoria. Y es mucho. De alguna manera, es uno de los objetivos más importantes del teatro. Ser recordado, ser guardado por cada cual en su memoria. El único lugar donde perdura el teatro.

De todo aquello, queda también el futuro…

Xavier Puchades

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